La
Providencia de Dios o la Divina Providencia.
La frase mejor conocida por
las personas es: La
Divina Providencia, es entendido por las personas como la
acción de Dios en proveernos lo que necesitamos, esta percepción de las
personas es correcta por una parte, ya que debido a nuestras necesidades lo más
común es pensar en lo material lo que nos hace falta para subsistir, visto en
el plano humano es lo que más afecta el desarrollo de cualquier familia. Pero
la parte más importante para Dios no es lo material, lo cual vendrá por
añadidura, su mayor preocupación es el alma, nuestro espíritu.
Si nos detenemos un poco a
leer y reflexionamos cada pasaje Bíblico relacionado con sanación, vamos a
encontrar una fuerte preocupación de Jesús en limpiar los pecados, el decía tus
pecados son perdonados vete y no peques mas, claramente su atención esta puesta
en nuestro interior.
El tema es apasionante,
porque, dejarnos amar es lo más bello que cualquier ser humano puede
experimentar, si lo vemos en el plano pareja (Hombre-Mujer) esta relación,
llena de comprensión, comunicación, atenciones y otras propias de una relación,
es algo realmente especial. Cuando lo experimentamos como hijos, reconocemos en
primer plano la protección, los cuidados, la
orientación, la educación, la enseñanza y así experimentamos el amor de
nuestros padres terrenales, lo cual se asemeja mucho al amor de Dios.
Pues volviendo al tema en su
contenido, al hablar de la
Providencia de Dios,
decimos que: Dios es amor y nos
ama infinitamente. Él nos cuida como a la niña de sus ojos y tiene contados
hasta de los cabellos de nuestra cabeza. Dios dirige toda nuestra existencia
hasta en los más mínimos detalles. Nada escapa a su cuidado y las mismas
fuerzas del universo están a su servicio para bien de los hombres.
Dios vela por nosotros las 24 horas de cada día y no
nos deja solos ni un instante.
De ahí que creer en la providencia de Dios nos da una seguridad y tranquilidad
extraordinaria. Podemos dormir tranquilos, sabiendo que nada pasará, sino lo
que Dios permita y hasta donde lo permita por nuestro bien. (Rom 8,28 nos dice:
¡Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de
los llamados según su designio!). Por eso, nada de lo que nos pasa puede ser
indiferente para Él.
Por consiguiente, su providencia guía nuestra vida y
su amor abraza todo nuestro ser. Nunca
dudemos de su presencia amorosa a nuestro lado, sino hagamos un acto
de fe en su amorosa providencia y confiemos en Él, aun cuando no podamos
entender las cosas que nos suceden. Hay cosas que solamente las podremos
comprender en la eternidad. Lo importante es creer que, pase lo que pase, Dios
nos ama, y nos cuida y que, a pesar de todo, nosotros podemos seguir creyendo
en su amor.
Si revisamos la historia de la humanidad encontraremos,
que ha estado regida por dos fuerzas que son las que nos someten, una es que la
providencia de Dios orienta a cada uno a hacer el bien y por lo tanto obtiene
la felicidad, la otra fuerza es la más comúnmente encontrada y adoptada con
facilidad, que es la Libertad
del hombre el cual acepta que hay un ser supremos que es Dios o lo que
generalmente sucede que lo rechaza porque se considera Autosuficiente.
Al
estudiar las escrituras descubriremos la Providencia de Dios por medio de su manifestación,
existen pasajes bíblicos que nos lo describen, Dios salva a Noé y a su familia
en el arca (Gén 6-8). El nacimiento de Isaac aparece como milagroso, cuando ya
Sara no podía tener hijos por su edad; Dios salva a Lot de la destrucción de
Sodoma y Gomorra, ciudades corrompidas. La historia de José que sea vendido
como esclavo y luego fue nombrado virrey de Egipto, también aparece claramente
la providencia de Dios, porque permite bendecir a su familia.
Todo el Antiguo Testamento es una
continua intervención de Dios para guiar a su pueblo hacia el bien: desde el
paso del mar Rojo y el paso del Jordán hasta la lucha de liberación de los
Macabeos, en los cuales interviene Dios con prodigios admirables (2 Mac 3,25;
10,29; 11,8).
Pero así como Dios es un Padre bueno
y misericordioso, también aparece como padre justo, que no puede permitir la
corrupción y los pecados de sus hijos. Por eso, lo vemos intervenir,
permitiendo que sean oprimidos los pueblos vecinos e, incluso, que sean
llevados cautivos, como castigo de sus pecados para que se enmienden y se
purifiquen.
No hace falta decir que, en el Nuevo
Testamento, los casos de intervención divina son incontables por medio de
Jesús, con sus milagros y su amor personal por cada uno de los que le rodean.
María y José, los apóstoles y Pablo, los evangelistas… son sólo unos pocos
ejemplos de tantos seres providenciales, enviados por Dios al mundo para guiar
por el camino de la salvación. Y, a lo largo de los siglos, la Iglesia ha seguido el
camino de Jesús, con muchos altibajos, es cierto, al igual que el pueblo de
Israel, pero con paso firme, porque Jesús nunca abandona a su Iglesia y ha prometido que el poder del infierno nunca la podrá
destruir (MT 16,18 dice: 16:18 Y yo también te digo, que tú eres
Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades (los poderes de la
muerte) no prevalecerán contra ella.)
DIOS NOS HABLA
Dios nos quiere tanto que nos ha
querido escribir una carta de amor en la Biblia para enseñarnos el camino del bien y que
no dudemos de su amor. Allí nos dice: Como
un Padre tiene ternura con sus hijos, así el Señor tiene ternura con sus fieles
(Sal 103,13). Y quiere que nos dirijamos a Él con total confianza y le
llamemos papá. Porque hemos recibido el
espíritu de adopción por el que aclamamos Abba, papá… Somos hijos de Dios y,
si hijos, también coherederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo
(Rom 8,15.17).
Él Señor es bueno con todos,
tierno con todas sus criaturas (Sal
145,9). Y nos mima como un buen padre:
Cuando Israel era un niño yo lo amé… Lo levanté en mis brazos. Fui para ellos
como quien alza una criatura contra su mejilla y me bajaba hasta ella para
darle de comer (Os 11,1-4). ¡Cuánto nos ama nuestro Padre!
Él, es un Padre providente hace justicia a los oprimidos, da pan a los
hambrientos y libra a los presos, abre
los ojos del ciego..., guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la
viuda (Sal 146,7-9).
Por eso, Señor, todos esperan de ti que les des alimento a su tiempo. Tú se lo das y
ellos lo toman; abres tu mano y se sacian de bienes (Sal 104,27-28).
Ciertamente, a los que buscan a Dios no
les falta bien alguno (Sal 34,11). Por ello, podemos decir llenos de
confianza con el Salmo 23:
El Señor es mi
pastor, nada me falta:
en verdes
praderas me hace recostar.
Me conduce
hacia fuentes tranquilas
y repara mis
fuerzas;
me guía por el
sendero justo,
por el honor
de Su nombre.
Aunque camine
por cañadas oscuras,
nada temo,
porque Tú (Señor) vas conmigo,
tu vara y tu
cayado me sosiegan.
¡Qué
hermoso es saber que, aun en los momentos más difíciles de la vida, cuando todo
es oscuridad y tiniebla a nuestro alrededor, nuestro Padre Dios vela por
nosotros! No importa, si somos importantes o sencillos, Dios nos ama a todos
por igual. Dios ha hecho al pequeño y al
grande, e igualmente cuida de todos (Sab 6,7).
Y
¡qué bello es leer el Salmo 91, que es un canto a la providencia de Dios!:
Tú,
que habitas al amparo del Altísimo, que
vives a la sombra del Omnipotente,
di
al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios
mío, confío en Ti.
Él
te librará de la red del cazador, de la peste funesta.
Te
cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás.
Su
brazo es escudo y armadura.
No
temerás el espanto nocturno,
ni
la flecha que vuela de día
ni
la peste que se desliza en las tinieblas,
ni
la epidemia que devasta a medio día…
A
sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos,
te
llevarán en sus palmas
para
que tu pie no tropiece en la piedra,
caminarás
entre leones y víboras,
pisotearás
cachorros y dragones.
Se
puso junto a mí: lo libraré, lo protegeré,
porque
conoce mi nombre,
me
invocará y lo escucharé.
Con
él estaré en la tribulación,
lo
defenderé, lo glorificaré,
lo
saciaré de largos días
y
le haré ver mi salvación.
¡Que hermoso es saber que el Padre Dios me ama y
cuida de mí!
Por
eso, confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la
lealtad; sea el Señor tu delicia y Él te dará lo que pida tu corazón.
Encomienda tu camino al Señor, confía
en Él y Él actuará (Sal 37,3-5). Confía
en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia (Prov
3,5). ¡Qué pena, cuando un hombre sólo confía en sus propias fuerzas y se
olvida de Dios! Él mismo se fabrica su ruina y su propia infelicidad, porque
sin Dios nadie puede ser feliz. De ahí que podamos decir con Jeremías: Maldito el hombre que confía en otro hombre,
alejando su corazón de Dios… Pero dichoso el hombre que confía en Dios y pone
en Él su confianza (Jer 17,5.7).
Dios guía nuestros caminos, aunque sean
incomprensibles para nosotros. Nada ocurre por azar o casualidad.
JESÚS NOS HABLA
En la vida de Jesús podemos observar
con claridad el amor de Dios en acción. Jesús, el Dios encarnado, el Dios
humano, el hombre Dios, nos manifiesta, en cada paso de su vida, su amor
infinito por los hombres. Perdona a los pecadores, sana a los enfermos, bendice
a los niños y predica a todos el camino del amor y de la salvación. Y llegó
hasta tal punto su amor que, para salvarnos, no dudó en hacerse en todo
semejante a nosotros menos en el pecado. Toda su vida es una manifestación
clara del amor y de la providencia de Dios.
Él
nos dice:
Ø No os
inquietéis por vuestra vida sobre qué comeréis ni qué beberéis ni por vuestro
cuerpo sobre qué os vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo
más que el vestido? Mirad las aves del cielo, no siembran ni almacenan ni
siegan y vuestro Padre celestial las alimenta ¿No valéis vosotros más que
ellas?… No os preocupéis, diciendo: ¡qué comeremos, qué beberemos o con qué nos
vestiremos! Los gentiles se afanan por todo eso, pero bien sabe vuestro Padre
celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad primero el reino de Dios y
su justicia… No os inquietéis, pues, por el mañana (Mt 6,25-34).
Ø ¿No se venden dos pajaritos por
unos céntimos? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de
vuestro Padre. Cuanto a vosotros, hasta los pelos de vuestra cabeza están
contados. No tengáis miedo, pues valéis más que muchos pajarillos (Mt 10,29-31).
Ø Mirad los
cuervos que ni siembran ni cosechan, que no tienen despensa ni granero y Dios
los alimenta… Miren los lirios cómo crecen; no trabajan ni hilan, y yo les
aseguro que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Si a la
hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al fuego, así la viste Dios,
¿cuánto más a ustedes, hombres de poca fe? No andén buscando qué comerán y qué
beberán y no andén ansiosos, porque todas estas cosas las buscan las gentes del
mundo, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. Vosotros buscad
primero el reino de Dios y su justicia, que todo lo demás se os dará por
añadidura. No temas, rebaño mío, porque vuestro Padre se ha complacido en
darles el reino (Lc 12,24-32).
REFLEXIÓN
Reflexionemos brevemente sobre las anteriores
palabras de Jesús. Él tiene el control absoluto de nuestra vida hasta en los
más mínimos detalles, pues tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza.
Esto es una manera de decirnos que nada de nuestra vida es insignificante para
Él. Somos tan importantes que se
preocupa de todo lo que nos pasa; si estamos alegres o tristes, sanos o
enfermos… Todo lo nuestro es importante para Él, porque somos sus hijos. Él
vela como un buen padre por nuestro bienestar material y espiritual. No sólo de
lo espiritual, que es ciertamente lo más importante, sino también de las cosas
materiales de cada día. Pero lo que no quiere es que estemos angustiados, como
si estuviéramos abandonados, sin padre ni madre, en un mundo contrario, donde
sólo pueden vivir los más avispadas y violentos. No, Él está pendiente de si
nos falta comida o bebida o vestido. Sin embargo, Él quiere que nosotros
colaboremos con nuestro esfuerzo, pues nos ha dado la libertad para que
pongamos de nuestra parte, ya que Él no quiere hacer milagros sin necesidad.
De tal forma, que si no tenemos comida, quiere que
la busquemos o la pidamos, pues Él puede dárnosla a través de medios normales,
por intermedio de otros hermanos. Y, si estamos enfermos, quiere que vayamos al
médico y tomemos las medicinas. Y, si necesitamos trabajo para vivir, Él quiere
que lo busquemos y que trabajemos, y no vayamos por el camino fácil del
préstamo o de la limosna; pues, si pudiendo trabajar, no queremos trabajar,
Dios no nos podrá ayudar.
Pero, si ponemos todo lo posible de nuestra parte,
Dios no nos puede pedir más y, aun en el caso de que muriéramos de hambre,
podríamos morir tranquilos y Dios nos recibiría contento en su cielo. Si
tenemos fe y confiamos en Él, será capaz de hacer hasta milagros espectaculares
para demostrarnos su amor. Por ejemplo, el profeta Elías estaba huyendo de la
reina Jezabel y, yendo por el desierto, no tenía nada para comer… Y Dios mandó
un ángel para darle una torta cocida y una vasija de agua (1 Re 19,6). Y,
cuando huía de Ajab, y estaba junto al torrente Querit, los cuervos le llevaban
pan por la mañana y carne por la tarde y bebía del agua del torrente (1 Re 17).
Y, cuando Elías fue a Sarepta de Sidón, multiplicó la harina y el aceite de una
mujer viuda, que le daba de comer. Y le dijo: He aquí lo que dice Yahvé: No faltará harina en la tinaja ni disminuirá
el aceite en la vasija hasta el día en que Yahvé haga caer la lluvia sobre la
tierra (1 Re 17). También el profeta Eliseo multiplicó el pan para dar de
comer a cien personas y multiplicó el aceite a una mujer de Sunam (2 Re 4).
Si tenemos fe, Dios no se dejará
ganar en generosidad y siempre estará atento a nuestras necesidades para
ayudarnos, especialmente, en casos difíciles, cuando la ayuda humana sea
imposible. Y esto, no solamente en necesidades de comida, sino en toda clase de
necesidades y problemas de la vida. Dios hizo muchos milagros por medio de los
apóstoles, de modo que hasta la sombra de Pedro sanaba a los enfermos (Hech
5,15).
Por eso, podemos creer lo que dice
san Pablo: Dios proveerá a todas vuestras
necesidades según sus riquezas en Cristo Jesús (Fil 4,19). Además, el mismo
Jesús nos ha dicho y nos ha prometido: Dad
y se os dará (Lc 6,38). Y todo el que
dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos por amor de mi
nombre, recibirá cien veces más en esta vida y después la vida eterna (Mt
19,29). Y, sobre todo, nos ha dicho: Buscad
primero el reino de Dios y su justicia que todo lo demás se os dará por
añadidura (Lc 12,31).
HOMBRES SIN FE
¡Qué triste es ver a muchos hombres
sin fe que, al no creer en el amor de Dios, van buscando seguridad en adivinos
para que les lean el futuro o les hagan su carta astral para poder así
controlar el futuro y poder defenderse de las fuerzas del mal! Sin embargo, no
creen en el poder de Dios ni el poder de la oración y sus vidas van cada día
más a la deriva, como barcos sin rumbo en medio de las tormentas y dificultades
de la vida.
Es
lamentable ver cómo proliferan en las grandes ciudades modernas, especialmente
del primer mundo, los adivinos, los brujos y toda clase de sectas filosóficas,
orientales o de cualquier otro tipo, que tratan de vender la idea de la felicidad a tantos millones de hombres, que
están vacíos por dentro. Al no tener fe, quizás tienen una vaga idea de Dios,
caminan a oscuras y, cuando tienen problemas, tratan de solucionarlos con
amuletos o leyendo los horóscopos.
Incluso,
cuando tienen enfermedades, van buscando igualmente mediums o curanderos, que
los convencen de sus bondades y, de
esta manera, los convierten en clientes fijos. Pero su corazón, alejado de
Dios, no puede disfrutar de la auténtica felicidad, que sólo Dios puede dar.
Muchos de nuestros contemporáneos ya no creen en milagros ni quieren oír hablar
de la providencia de Dios. Para ellos creer en la providencia sería creer que
Dios, un ser tan importante, se
rebajara para estar pendiente de nuestros pequeños asuntos de cada día, pues
creen que tiene cosas más importantes en qué pensar. Ellos no pueden entender
que un Dios tan omnipotente e infinito pueda tener tiempo para cuidar de los
pajaritos y de las flores del campo. Ellos creen que es suficiente con que este
Dios, tan grande y majestuoso, se preocupe del cuidado de los astros y del ir y
venir de los planetas y de las estrellas.
Para
ellos todo lo que sucede en nuestro mundo se debe a las causas segundas, como
dicen los filósofos, es decir, simplemente, a la relación de causa-efecto de
las fuerzas naturales. No pueden creer que este Dios pueda ser tan humano y
cariñoso como para cuidar de los mínimos detalles de sus hijos. Ellos no pueden
entender ni podrán entender nunca a un Dios humano como Jesús, que amaba a los
niños y curaba a los enfermos. Nunca podrán entender que Dios se rebaje hasta el punto de cuidar nuestra
vida y guiarnos, personalmente, hacia el bien y la felicidad.
Por
eso, nosotros debemos hacer un acto de fe en el amor de Dios y en su
providencia. Dios no sólo cuida de los pajaritos, sino también de los más
pequeños de los seres humanos. Como dice Jesús: Mirad de no despreciar a ninguno de estos pequeñitos, porque, en
verdad, os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi
Padre celestial... La voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, es que
no se pierda ninguno de estos pequeñitos (Mt 18, 10-14). No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre
se ha complacido en daros el reino (Lc 12,32). Hasta los cabellos de vuestra cabeza los tiene contados (Lc 12,7).
Sí, existe la providencia de Dios, porque Dios nos ama.
LA PROVIDENCIA DE
DIOS
La providencia de Dios es el cuidado
y solicitud que Dios tiene sobre todas sus criaturas, procurándoles todo lo que
necesitan. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la solicitud de la divina providencia… tiene cuidado de todo, desde las
cosas más pequeñas hasta los más grandes acontecimientos del mundo y de la
historia (Cat 303). Pero Dios no da
solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar
por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la
realización de su designio. (Cat 306). Los
hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden
entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y oraciones, sino también
por sus sufrimientos. Entonces, llegan a ser plenamente colaboradores de Dios y
de su Reino (Cat 307). Especialmente, la
oración cristiana es cooperación con su providencia y su designio de amor hacia
los hombres (Cat 2738).
La providencia de Dios es el amor de Dios en acción.
Por eso, lo que ocurre en nuestra vida no es fatalismo determinado por el curso
de los astros o de las estrellas como dice la astrología. La vida del hombre no
depende de un destino ciego o de la casualidad. No estamos abandonados a
nuestra suerte por un creador que se ha olvidado de nosotros; sino todo lo
contrario, nos guía con amor en cada uno de nuestros pasos, como un Padre, que
vigila los pasos vacilantes de su hijo pequeño.
Felizmente
para nosotros, el amor y la misericordia de Dios es más grande que nuestros
errores y pecados, y siempre nos da la oportunidad de rectificar el camino.
Pero debemos entender que Dios no es un dictador despiadado, que nos obliga a
seguir su camino a buenas o a malas. Dios quiere el amor de sus criaturas y el
amor sólo es válido, cuando se ama en libertad. Ciertamente, Dios es
omnipotente, pero su omnipotencia no es para destruir y matar, sino para
construir, amar y hacer felices a los hombres. Su omnipotencia es omnipotencia
de amor y sólo puede hacer lo que le inspire su amor hacia los hombres.
Hablar,
pues, de la providencia de Dios significa hablar del amor de Dios. Creer en su
amor significa creer que tiene el control de todos los detalles que nos suceden
y de todo lo que pasa en el universo entero.
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