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jueves, 30 de mayo de 2013

La Providencia de Dios




La Providencia de Dios o la Divina Providencia.
La frase mejor conocida por las personas es: La Divina Providencia, es entendido por las personas como la acción de Dios en proveernos lo que necesitamos, esta percepción de las personas es correcta por una parte, ya que debido a nuestras necesidades lo más común es pensar en lo material lo que nos hace falta para subsistir, visto en el plano humano es lo que más afecta el desarrollo de cualquier familia. Pero la parte más importante para Dios no es lo material, lo cual vendrá por añadidura, su mayor preocupación es el alma, nuestro espíritu.
Si nos detenemos un poco a leer y reflexionamos cada pasaje Bíblico relacionado con sanación, vamos a encontrar una fuerte preocupación de Jesús en limpiar los pecados, el decía tus pecados son perdonados vete y no peques mas, claramente su atención esta puesta en nuestro interior.
El tema es apasionante, porque, dejarnos amar es lo más bello que cualquier ser humano puede experimentar, si lo vemos en el plano pareja (Hombre-Mujer) esta relación, llena de comprensión, comunicación, atenciones y otras propias de una relación, es algo realmente especial. Cuando lo experimentamos como hijos, reconocemos en primer plano la protección, los cuidados, la  orientación, la educación, la enseñanza y así experimentamos el amor de nuestros padres terrenales, lo cual se asemeja mucho al amor de Dios.
Pues volviendo al tema en su contenido, al hablar de la Providencia de Dios,  decimos que: Dios es amor y nos ama infinitamente. Él nos cuida como a la niña de sus ojos y tiene contados hasta de los cabellos de nuestra cabeza. Dios dirige toda nuestra existencia hasta en los más mínimos detalles. Nada escapa a su cuidado y las mismas fuerzas del universo están a su servicio para bien de los hombres.
Dios vela por nosotros las 24 horas de cada día y no nos deja solos ni un instante. De ahí que creer en la providencia de Dios nos da una seguridad y tranquilidad extraordinaria. Podemos dormir tranquilos, sabiendo que nada pasará, sino lo que Dios permita y hasta donde lo permita por nuestro bien. (Rom 8,28 nos dice: ¡Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de los llamados según su designio!). Por eso, nada de lo que nos pasa puede ser indiferente para Él.
Por consiguiente, su providencia guía nuestra vida y su amor abraza todo nuestro ser. Nunca dudemos de su presencia amorosa a nuestro lado, sino hagamos un acto de fe en su amorosa providencia y confiemos en Él, aun cuando no podamos entender las cosas que nos suceden. Hay cosas que solamente las podremos comprender en la eternidad. Lo importante es creer que, pase lo que pase, Dios nos ama, y nos cuida y que, a pesar de todo, nosotros podemos seguir creyendo en su amor.
Si revisamos la historia de la humanidad encontraremos, que ha estado regida por dos fuerzas que son las que nos someten, una es que la providencia de Dios orienta a cada uno a hacer el bien y por lo tanto obtiene la felicidad, la otra fuerza es la más comúnmente encontrada y adoptada con facilidad, que es la Libertad del hombre el cual acepta que hay un ser supremos que es Dios o lo que generalmente sucede que lo rechaza porque se considera Autosuficiente.
Al estudiar las escrituras descubriremos la Providencia de Dios por medio de su manifestación, existen pasajes bíblicos que nos lo describen, Dios salva a Noé y a su familia en el arca (Gén 6-8). El nacimiento de Isaac aparece como milagroso, cuando ya Sara no podía tener hijos por su edad; Dios salva a Lot de la destrucción de Sodoma y Gomorra, ciudades corrompidas. La historia de José que sea vendido como esclavo y luego fue nombrado virrey de Egipto, también aparece claramente la providencia de Dios, porque permite bendecir a su familia.
            Todo el Antiguo Testamento es una continua intervención de Dios para guiar a su pueblo hacia el bien: desde el paso del mar Rojo y el paso del Jordán hasta la lucha de liberación de los Macabeos, en los cuales interviene Dios con prodigios admirables (2 Mac 3,25; 10,29; 11,8).
            Pero así como Dios es un Padre bueno y misericordioso, también aparece como padre justo, que no puede permitir la corrupción y los pecados de sus hijos. Por eso, lo vemos intervenir, permitiendo que sean oprimidos los pueblos vecinos e, incluso, que sean llevados cautivos, como castigo de sus pecados para que se enmienden y se purifiquen.
            No hace falta decir que, en el Nuevo Testamento, los casos de intervención divina son incontables por medio de Jesús, con sus milagros y su amor personal por cada uno de los que le rodean. María y José, los apóstoles y Pablo, los evangelistas… son sólo unos pocos ejemplos de tantos seres providenciales, enviados por Dios al mundo para guiar por el camino de la salvación. Y, a lo largo de los siglos, la Iglesia ha seguido el camino de Jesús, con muchos altibajos, es cierto, al igual que el pueblo de Israel, pero con paso firme, porque Jesús nunca abandona  a su Iglesia y ha prometido que el poder del infierno nunca la podrá destruir (MT 16,18 dice: 16:18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades (los poderes de la muerte) no prevalecerán contra ella.)
DIOS NOS HABLA
            Dios nos quiere tanto que nos ha querido escribir una carta de amor en la Biblia para enseñarnos el camino del bien y que no dudemos de su amor. Allí nos dice: Como un Padre tiene ternura con sus hijos, así el Señor tiene ternura con sus fieles (Sal 103,13). Y quiere que nos dirijamos a Él con total confianza y le llamemos papá. Porque hemos recibido el espíritu de adopción por el que aclamamos Abba, papá… Somos hijos de Dios y, si hijos, también coherederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo (Rom 8,15.17).
            Él Señor es bueno con todos, tierno con todas sus criaturas (Sal 145,9). Y nos mima como un buen padre: Cuando Israel era un niño yo lo amé… Lo levanté en mis brazos. Fui para ellos como quien alza una criatura contra su mejilla y me bajaba hasta ella para darle de comer (Os 11,1-4). ¡Cuánto nos ama nuestro Padre!
            Él, es un Padre providente hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y libra  a los presos, abre los ojos del ciego..., guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda (Sal 146,7-9).
            Por eso, Señor, todos esperan de ti que les des alimento a su tiempo. Tú se lo das y ellos lo toman; abres tu mano y se sacian de bienes (Sal 104,27-28). Ciertamente, a los que buscan a Dios no les falta bien alguno (Sal 34,11). Por ello, podemos decir llenos de confianza con el Salmo 23:
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar.
Me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de Su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque Tú (Señor) vas conmigo,
tu vara y tu cayado me sosiegan.

            ¡Qué hermoso es saber que, aun en los momentos más difíciles de la vida, cuando todo es oscuridad y tiniebla a nuestro alrededor, nuestro Padre Dios vela por nosotros! No importa, si somos importantes o sencillos, Dios nos ama a todos por igual. Dios ha hecho al pequeño y al grande, e igualmente cuida de todos (Sab 6,7).

Y ¡qué bello es leer el Salmo 91, que es un canto a la providencia de Dios!:
Tú, que habitas al amparo del Altísimo,  que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: Refugio mío, alcázar mío,  Dios mío, confío en Ti.
Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás.
Su brazo es escudo y armadura.
No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a medio día…
A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos,
te llevarán en sus palmas
para que tu pie no tropiece en la piedra,
caminarás entre leones y víboras,
pisotearás cachorros y dragones.
Se puso junto a mí: lo libraré, lo protegeré,
porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré,
lo saciaré de largos días
y le haré ver mi salvación.

¡Que hermoso es saber que el Padre Dios me ama y cuida de mí!

            Por eso, confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia y Él te dará lo que pida tu corazón. Encomienda tu camino al Señor, confía en Él y Él actuará (Sal 37,3-5). Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia (Prov 3,5). ¡Qué pena, cuando un hombre sólo confía en sus propias fuerzas y se olvida de Dios! Él mismo se fabrica su ruina y su propia infelicidad, porque sin Dios nadie puede ser feliz. De ahí que podamos decir con Jeremías: Maldito el hombre que confía en otro hombre, alejando su corazón de Dios… Pero dichoso el hombre que confía en Dios y pone en Él su confianza (Jer 17,5.7).
Dios guía nuestros caminos, aunque sean incomprensibles para nosotros. Nada ocurre por azar o casualidad.

JESÚS NOS HABLA
            En la vida de Jesús podemos observar con claridad el amor de Dios en acción. Jesús, el Dios encarnado, el Dios humano, el hombre Dios, nos manifiesta, en cada paso de su vida, su amor infinito por los hombres. Perdona a los pecadores, sana a los enfermos, bendice a los niños y predica a todos el camino del amor y de la salvación. Y llegó hasta tal punto su amor que, para salvarnos, no dudó en hacerse en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Toda su vida es una manifestación clara del amor y de la providencia de Dios.
Él nos dice:
Ø  No os inquietéis por vuestra vida sobre qué comeréis ni qué beberéis ni por vuestro cuerpo sobre qué os vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, no siembran ni almacenan ni siegan y vuestro Padre celestial las alimenta ¿No valéis vosotros más que ellas?… No os preocupéis, diciendo: ¡qué comeremos, qué beberemos o con qué nos vestiremos! Los gentiles se afanan por todo eso, pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad primero el reino de Dios y su justicia… No os inquietéis, pues, por el mañana (Mt 6,25-34).

Ø  ¿No se venden dos pajaritos por unos céntimos? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo, pues valéis más que muchos pajarillos (Mt 10,29-31).

Ø  Mirad los cuervos que ni siembran ni cosechan, que no tienen despensa ni granero y Dios los alimenta… Miren los lirios cómo crecen; no trabajan ni hilan, y yo les aseguro que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al fuego, así la viste Dios, ¿cuánto más a ustedes, hombres de poca fe? No andén buscando qué comerán y qué beberán y no andén ansiosos, porque todas estas cosas las buscan las gentes del mundo, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. Vosotros buscad primero el reino de Dios y su justicia, que todo lo demás se os dará por añadidura. No temas, rebaño mío, porque vuestro Padre se ha complacido en darles el reino (Lc 12,24-32).
REFLEXIÓN
Reflexionemos brevemente sobre las anteriores palabras de Jesús. Él tiene el control absoluto de nuestra vida hasta en los más mínimos detalles, pues tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza. Esto es una manera de decirnos que nada de nuestra vida es insignificante para Él. Somos tan importantes  que se preocupa de todo lo que nos pasa; si estamos alegres o tristes, sanos o enfermos… Todo lo nuestro es importante para Él, porque somos sus hijos. Él vela como un buen padre por nuestro bienestar material y espiritual. No sólo de lo espiritual, que es ciertamente lo más importante, sino también de las cosas materiales de cada día. Pero lo que no quiere es que estemos angustiados, como si estuviéramos abandonados, sin padre ni madre, en un mundo contrario, donde sólo pueden vivir los más avispadas y violentos. No, Él está pendiente de si nos falta comida o bebida o vestido. Sin embargo, Él quiere que nosotros colaboremos con nuestro esfuerzo, pues nos ha dado la libertad para que pongamos de nuestra parte, ya que Él no quiere hacer milagros sin necesidad.
De tal forma, que si no tenemos comida, quiere que la busquemos o la pidamos, pues Él puede dárnosla a través de medios normales, por intermedio de otros hermanos. Y, si estamos enfermos, quiere que vayamos al médico y tomemos las medicinas. Y, si necesitamos trabajo para vivir, Él quiere que lo busquemos y que trabajemos, y no vayamos por el camino fácil del préstamo o de la limosna; pues, si pudiendo trabajar, no queremos trabajar, Dios no nos  podrá ayudar.
Pero, si ponemos todo lo posible de nuestra parte, Dios no nos puede pedir más y, aun en el caso de que muriéramos de hambre, podríamos morir tranquilos y Dios nos recibiría contento en su cielo. Si tenemos fe y confiamos en Él, será capaz de hacer hasta milagros espectaculares para demostrarnos su amor. Por ejemplo, el profeta Elías estaba huyendo de la reina Jezabel y, yendo por el desierto, no tenía nada para comer… Y Dios mandó un ángel para darle una torta cocida y una vasija de agua (1 Re 19,6). Y, cuando huía de Ajab, y estaba junto al torrente Querit, los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde y bebía del agua del torrente (1 Re 17). Y, cuando Elías fue a Sarepta de Sidón, multiplicó la harina y el aceite de una mujer viuda, que le daba de comer. Y le dijo: He aquí lo que dice Yahvé: No faltará harina en la tinaja ni disminuirá el aceite en la vasija hasta el día en que Yahvé haga caer la lluvia sobre la tierra (1 Re 17). También el profeta Eliseo multiplicó el pan para dar de comer a cien personas y multiplicó el aceite a una mujer de Sunam (2 Re 4).
            Si tenemos fe, Dios no se dejará ganar en generosidad y siempre estará atento a nuestras necesidades para ayudarnos, especialmente, en casos difíciles, cuando la ayuda humana sea imposible. Y esto, no solamente en necesidades de comida, sino en toda clase de necesidades y problemas de la vida. Dios hizo muchos milagros por medio de los apóstoles, de modo que hasta la sombra de Pedro sanaba a los enfermos (Hech 5,15).
            Por eso, podemos creer lo que dice san Pablo: Dios proveerá a todas vuestras necesidades según sus riquezas en Cristo Jesús (Fil 4,19). Además, el mismo Jesús nos ha dicho y nos ha prometido: Dad y se os dará (Lc 6,38). Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos por amor de mi nombre, recibirá cien veces más en esta vida y después la vida eterna (Mt 19,29). Y, sobre todo, nos ha dicho: Buscad primero el reino de Dios y su justicia que todo lo demás se os dará por añadidura (Lc 12,31).
HOMBRES SIN FE
            ¡Qué triste es ver a muchos hombres sin fe que, al no creer en el amor de Dios, van buscando seguridad en adivinos para que les lean el futuro o les hagan su carta astral para poder así controlar el futuro y poder defenderse de las fuerzas del mal! Sin embargo, no creen en el poder de Dios ni el poder de la oración y sus vidas van cada día más a la deriva, como barcos sin rumbo en medio de las tormentas y dificultades de la vida.
Es lamentable ver cómo proliferan en las grandes ciudades modernas, especialmente del primer mundo, los adivinos, los brujos y toda clase de sectas filosóficas, orientales o de cualquier otro tipo, que tratan de vender la idea de la felicidad a tantos millones de hombres, que están vacíos por dentro. Al no tener fe, quizás tienen una vaga idea de Dios, caminan a oscuras y, cuando tienen problemas, tratan de solucionarlos con amuletos o leyendo los horóscopos.
Incluso, cuando tienen enfermedades, van buscando igualmente mediums o curanderos, que los convencen de sus bondades y, de esta manera, los convierten en clientes fijos. Pero su corazón, alejado de Dios, no puede disfrutar de la auténtica felicidad, que sólo Dios puede dar. Muchos de nuestros contemporáneos ya no creen en milagros ni quieren oír hablar de la providencia de Dios. Para ellos creer en la providencia sería creer que Dios, un ser tan importante, se rebajara para estar pendiente de nuestros pequeños asuntos de cada día, pues creen que tiene cosas más importantes en qué pensar. Ellos no pueden entender que un Dios tan omnipotente e infinito pueda tener tiempo para cuidar de los pajaritos y de las flores del campo. Ellos creen que es suficiente con que este Dios, tan grande y majestuoso, se preocupe del cuidado de los astros y del ir y venir de los planetas y de las estrellas.
Para ellos todo lo que sucede en nuestro mundo se debe a las causas segundas, como dicen los filósofos, es decir, simplemente, a la relación de causa-efecto de las fuerzas naturales. No pueden creer que este Dios pueda ser tan humano y cariñoso como para cuidar de los mínimos detalles de sus hijos. Ellos no pueden entender ni podrán entender nunca a un Dios humano como Jesús, que amaba a los niños y curaba a los enfermos. Nunca podrán entender que Dios se rebaje hasta el punto de cuidar nuestra vida y guiarnos, personalmente, hacia el bien y la felicidad.
Por eso, nosotros debemos hacer un acto de fe en el amor de Dios y en su providencia. Dios no sólo cuida de los pajaritos, sino también de los más pequeños de los seres humanos. Como dice Jesús: Mirad de no despreciar a ninguno de estos pequeñitos, porque, en verdad, os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi Padre celestial... La voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, es que no se pierda ninguno de estos pequeñitos (Mt 18, 10-14). No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino (Lc 12,32). Hasta los cabellos de vuestra cabeza los tiene contados (Lc 12,7). Sí, existe la providencia de Dios, porque Dios nos ama.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
            La providencia de Dios es el cuidado y solicitud que Dios tiene sobre todas sus criaturas, procurándoles todo lo que necesitan. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la solicitud de la divina providencia… tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los más grandes acontecimientos del mundo y de la historia (Cat 303). Pero Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. (Cat 306). Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces, llegan a ser plenamente colaboradores de Dios y de su Reino (Cat 307). Especialmente, la oración cristiana es cooperación con su providencia y su designio de amor hacia los hombres (Cat 2738).
La providencia de Dios es el amor de Dios en acción. Por eso, lo que ocurre en nuestra vida no es fatalismo determinado por el curso de los astros o de las estrellas como dice la astrología. La vida del hombre no depende de un destino ciego o de la casualidad. No estamos abandonados a nuestra suerte por un creador que se ha olvidado de nosotros; sino todo lo contrario, nos guía con amor en cada uno de nuestros pasos, como un Padre, que vigila los pasos vacilantes de su hijo pequeño.
Felizmente para nosotros, el amor y la misericordia de Dios es más grande que nuestros errores y pecados, y siempre nos da la oportunidad de rectificar el camino. Pero debemos entender que Dios no es un dictador despiadado, que nos obliga a seguir su camino a buenas o a malas. Dios quiere el amor de sus criaturas y el amor sólo es válido, cuando se ama en libertad. Ciertamente, Dios es omnipotente, pero su omnipotencia no es para destruir y matar, sino para construir, amar y hacer felices a los hombres. Su omnipotencia es omnipotencia de amor y sólo puede hacer lo que le inspire su amor hacia los hombres.

Hablar, pues, de la providencia de Dios significa hablar del amor de Dios. Creer en su amor significa creer que tiene el control de todos los detalles que nos suceden y de todo lo que pasa en el universo entero.

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