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sábado, 3 de marzo de 2012

La Transfiguración. Segundo domingo de Cuaresma

Mateo 17:13 Jesús se llevó consigo a Pedro, Santiago y a su hermano Juan y los llevó arriba de una alta montaña, solos. Y Él se transfiguró delante de ellos, y Su rostro se tornó como el sol, y sus ropas se tornaron deslumbrantemente blancas. Súbitamente se les aparecieron Moisés y Elías, estando con Él. Entonces Pedro le dijo a Jesús: ‗Qué bueno es para nosotros estar aquí, si Tú quieres Yo haré tres tiendas aquí, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías. Mientras estaba hablando, de pronto una nube brillante los cubrió, y de la nube, una voz dijo: ―Éste es mi hijo amado en Quien Me complazco; ¡Escúchenlo!
La subida a la montaña por Jesús para transfigurarse, apunta a la transformación que recibimos en la travesía espiritual después de un tiempo de purificación. Después de soportar el desierto interno de purificación, Dios nos vigoriza con experiencias transformantes. La montaña de la Transfiguración no es tan solo un lugar de retiro; simboliza la experiencia del despertar espiritual que es el propósito de la práctica de la O. Contemplativa..
El primer indicio claro de que la O. Contemplativa está siendo establecida en uno mismo es la atracción por la soledad. Esta atracción proviene del refinamiento de nuestras facultades a través del desmantelamiento de nuestros programas emocionales de felicidad y la consecuente reducción de la „estática‟ que aquellos nos causan en la vida cotidiana frustrándonos. En este caso, los programas emocionales de los tres apóstoles habían sido dejados abajo, por decir, al menos temporalmente. Su atracción por la soledad es simbolizada por la conducción de Jesús a la montaña. Este es el primer signo de su despertar espiritual.
Comenzamos a acceder al misterio de la presencia de Dios mediante una similar atracción, aunque en la montaña particular en que estamos—un retiro o nuestro tiempo o nuestro diario período de oración—pudiera no traernos alguna satisfacción en absoluto. Como un irresistible imán, la atracción por la soledad, nos absorbe sin nuestro conocimiento de dónde está viniendo. Nosotros aguardamos pacientemente por Dios día tras día en oración y caminando con dificultad en nuestras ocupaciones habituales.
En esta montaña sagrada Jesús detonó en una presencia que maravilló a los discípulos…Jesús se convirtió en luz; aún sus vestiduras quedaron saturadas de ésta. Una clase de gloria se extendió por sí misma dentro de ambos sentidos, hacia adentro y hacia fuera. Si percibimos la divina presencia en algún facsímile con esta claridad, quedamos fascinados, absortos y deleitados. La respuesta de Pedro era que quería permanecer allí para siempre. Mientras más profunda sea la experiencia de unión, uno no podrá ayudar más sino querrá prolongarla.
Justamente como los discípulos están empezando a experimentar las delicias de la divina presencia en la persona de Jesús, súbitamente una nube extendió su sombra y los cubrió. La nube es el símbolo de lo desconocido a la cual entramos como un estado habitual a través e la práctica regular de la O. Contemplativa. De improviso una voz desde la nube resonó diciendo: “Éste es mi Hijo muy amado, ¡Escúchenlo! Escuchen no solamente a Sus palabras, las cuales habían estado escuchando en la planicie, sino “escúchenlo a Él”, la divina persona que te está hablando a ti. Escucha a la divina presencia que está encarnada en este ser humano. Escuchen al Silencio infinito, del cual la Palabra encarnada emerge y al cual retorna.
La gracia de la Transfiguración no es precisamente una visión de gloria, una aislada experiencia de la divina consolación de cualquier modo exaltada. Por supuesto tal experiencia tiene un enorme valor. Pero su primordial propósito es algo más grande: fortalecernos para vivir en la presencia de Dios y ver el resplandor de esa presencia en todo suceso, en la gente, el cosmos, y en nosotros mismos. (De “Nuevos despertares”)
Oración Oh, Espíritu Santo, libéranos de todos los programas emocionales de felicidad que nutren nuestros falsos-yo y concédenos la quietud del desapego de su intranquila energía.

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