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jueves, 8 de marzo de 2012

Solidaridad con el pobre. Jueves de la segunda semana

Lucas 16. 19-21 Había un hombre rico que acostumbraba vestirse de púrpura y finos linos y festejaba suntuosamente todos los días. A su puerta permanecía un pobre hombre llamado Lázaro, cubierto de úlceras, quien anhelaba satisfacer su hambre con lo que cayera de la mesa de hombre rico; aún los perros se acercaban y lamían sus llagas.
En esta parábola, el repentino cambio de roles y las expectativas tan características de las enseñanzas de Jesús son nuevamente puestas de manifiesto. Las dos situaciones extremas se yuxtaponen. Un hombre rico vestido de púrpura, símbolo de la clase alta y del poder, festejaba, no solamente bien, sino suntuosamente—y no solamente en días festivos, sino diariamente. A las puertas de su propiedad yacía Lázaro, el mendigo. En la mentalidad popular de su tiempo, los mendigos eran considerados responsables de su penosa situación. La pobreza era considerada un castigo por el pecado y por esa razón, los oyentes estarían pensando: “Es por su propia culpa”.
El pecado del hombre acaudalado no había sido su bienestar como tal, ya que Abraham fue un hombre rico y había encontrado el favor de Dios, como atestigua el Libro
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del Génesis. El hombre acaudalado y el mendigo. La parábola ataca nuestras complacencias por la división entre ricos y pobres, lo socialmente aceptable y lo socialmente marginado. La puerta simboliza la gracia que nos capacita a amar a nuestros vecinos—a cada uno—como a nosotros mismos. El rico permanece en su recinto. Su falla para atravesar la puerta y entrar en solidaridad con el necesitado fue la causa principal de su perdición.
Las puertas pueden ser barreras o vías de acceso a la solidaridad con los demás. Cualquiera haya sido la forma en que el hombre rico obtuvo sus bienes, ya sean „bonos chatarra‟ u otras formas de obtener ganancias rápidas, falló en pasar por la puerta de sus intereses y asuntos privados para identificarse con alguien cuya situación era desesperada y a quien fácilmente hubiera podido ayudar. En la vida futura, las cosas serán a la inversa. Si el acaudalado hubiera pasado por la puerta para alcanzar al mendigo y no la hubiera simplemente usado como una barrera para „protegerse‟ él y su propiedad, su suerte hubiese sido bien diferente. Dios no establece barreras; nosotros sí. Nuestras relaciones con nuestra comunidad local y con la familia humana como un todo, determinan si nosotros estamos dentro del Reino o estamos fuera de Éste, ambos en esta vida o en la siguiente.
Estar en el Reino es participar en la solidaridad de Dios con los pobres, compartiendo con ellos las buenas cosas que nos han sido dadas. En el Nuevo Testamente el gran pecado es permanecer sordos al llanto del pobre, ya sea que ese llanto provenga de necesidades emocionales, espirituales o materiales. Aunque no podamos ayudar sino participar en algún grado en la injusticia social porque vivimos en este mundo, debemos constantemente extendernos de concretas y prácticas maneras a aquellos que están en necesidad. El amor divino no es un sentimiento, sino una elección. Es mostrar misericordia. El hombre acaudalado, aunque vio al mendigo hambriento en el umbral de su puerta, y pudo fácilmente haberlo asistido, sencillamente prosiguió comiendo, bebiendo, y leyendo la página financiera del periódico „The Wall Street Journal‟. (De: El Reino de Dios es como…”)
Oración Santo Espíritu de Dios, concédenos una siempre profunda relación con el Cristo viviente y la preocupación práctica por los demás, que fluye de esa unión.

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