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martes, 11 de junio de 2019

Testimonio de sanación física.

Testimonio de sanación física. 
Hna. Briege Mckenna, Clarisa. 

Voy a compartir con ustedes lo que a mí me gusta llamar "Una historia de amor". 
Es la historia de cómo el Señor tocó mi vida; a mí me costó mucho permitirle que tocara mi vida. Yo había hecho grandes planes para mi vida y pensaba que eran planes muy buenos. 
Pero el Señor tenía un plan diferente; y tuve que morir al plan mío para poder experimentar la libertad de Dios y su gozo. A los 14 años y medio. Dios me llamó y fui a una Congregación de Clausura. a ver si me aceptaban. La Madre Superiora me dijo: "No; demasiado joven". Unos meses más tarde volví. Finalmente. a la edad de 15 años. fui aceptada en las Clarisas. 

Yo tenía grandes planes de lo que iba a hacer para Dios; no era tanto lo que El iba a hacer para mí. Yo le iba a ayudar a El.  A los 18 años. ya había hecho los votos; pero. de repente. me enfermé de artritis reumática y estuve muy mal. Por un año. tuve que tener los pies enyesados para prevenir deformaciones.

En este tiempo. yo habría dicho: "Yo conozco a Jesús". Pero. ahora. mirando hacia atrás. veo que en ese tiempo yo conocía "acerca" del Señor. pero no lo conocía a El. Hay millones que conocen acerca de Dios. pero conocer cosas acerca de Dios no cambia la vida; sólo el conocerlo a Él cambió mi vida. 

 Durante ese tiempo en que estaba en el hospital yo pensaba: "Bueno esto tengo que ofrecerlo al Señor. Esta debe ser la voluntad de Dios para mí". ¿Ven la contradicción que hay aquí? Cuando estamos enfermos, buscamos por todos los medios alivio médico, pero, tratándose de la oración, decimos: "Quizás no es la voluntad de Dios que yo esté sana". 

 Pero, además, yo tenía la idea de no ser lo suficientemente buena; si yo fuera verdaderamente santa, entonces, quizás. Dios me sanaría. También entendí que, al declarar que la enfermedad era la voluntad de Dios, yo evitaba encarar el problema. Porque en realidad, en lo más profundo de mi ser no creía en el poder de Dios para sanar en estos tiempos. 

 Por lo demás, me parecía ver muchas otras cosas mucho más importantes en mi vida que necesitaban sanación. Pero, hermanos, todo lo que hay en mi vida le importa íntimamente a Dios, porque, para El, siempre soy importante. Finalmente, en 1967, vine de Irlanda a Florida, en Estados Unidos. Esperaba que el clima de florida me ayudaría un poco, pero en lugar de eso, mi salud empeoró. En 1969, el doctor me dijo, después de recetarme Cortisona 9 veces al día, que no podía hacer nada más por mí y que yo, a partir de los 30 años, tendría que pasar el resto de mi vida en una silla de ruedas. 

 LA ENFERMEDAD 

 Durante ese año, entró en mi corazón un hambre de conocer al Señor. Yo era fiel a mi oración, pero sentía como que había algo que faltaba en mi vida espiritual. Me di cuenta de que todo lo que había lo estaba haciendo sola. Si iba a una cárcel para visitar a los presos, creía que era mi responsabilidad cambiarlos a ellos. Era profesora de primer grado y también veía ese trabajo como mi responsabilidad; yo tenía que moldear a los alumnos, formarlos y enseñarles a Jesús. Siempre era lo que yo hacía. 

 Que en el Bautismo recibimos un don; es como cuando una persona, en su cumpleaños, recibe un regalo; quizás es muy lindo el papel que lo envuelve; pero si sólo admiramos el papel y jamás abrimos el regalo nunca podremos usar lo que está dentro. En el Bautismo, cada uno de nosotros recibió un regalo, pero muchos de nosotros jamás hemos abierto ese regalo para ver qué hay dentro. No estamos conscientes que Jesús nos dijo que nos enviaría Su Espíritu y que Su Espíritu nos fortalecería y nos enseñaría. Y todo lo que estaba haciendo, lo estaba haciendo sola. Nos dijo: "Oren simplemente y pidan la Gracia para desenvolver ese regalo y dejen que el Espíritu llene a ustedes en todo su ser". 

 A comienzos del año 1970, fui a un retiro. Durante ese retiro, escuché una charla acerca del poder de la oración. Muchos habían orado por mí antes, muchas veces, pero cuando oraban por mí, yo presentaba mi lista delante de Dios de lo que yo quería. Cuando yo lo escuchaba, no estaba pensando en mi condición física, pero sí tenía esa larga lista de mis peticiones. Y pensé: "Si este hombre ora conmigo. Entonces sí que voy a recibir todo lo que quiero". Esa es una equivocación muy grande. En la que. A veces. Caemos. Yo miraba a ese hombre; él era el que iba a responder. 

 Fue en ese domingo de 1970 que escuché una disertación muy preciosa de lo que quiere decir el Bautismo en el Espíritu Santo. El sacerdote explicó: Muchas veces, quebrantamos así el primer mandamiento y ponemos la esperanza en las personas, como si fuera Dios. Ninguna persona puede traerte salud, paz, fortaleza o valentía, si no es el Señor Jesucristo. Lo único que Dios pide de nosotros que seamos como alambres eléctricos. Él es la corriente. Ese alambre no sirve para nada si no hay una corriente que fluye por él. 

 El Señor me enseño esa lección cuando yo miraba a ese hombre; en mi espíritu escuché que me dijo: "Búscame a mí". Cerré los ojos y lo único que pedí fue: "Jesús, ayúdame por favor". En ese momento, sentí una mano que tocó mi cabeza; pensé que ese hombre había venido y me tocaba la cabeza; abrí los ojos y no había nadie ahí. Pero entró un poder en mí y empezó a pasar por todo mi cuerpo. Muchas veces lo he descrito como cuando le quitan la cáscara a un plátano. Era como si alguien me estuviera quitando la cáscara y yo estaba siendo liberada. En el momento en que pasó esta corriente por mi cuerpo y entró en mis piernas y mis pies, los pies se enderezaron y quedé completamente sana. 

 Esta sanación física fue muy pequeñita comparada con lo que Dios hizo en mí espiritualmente; porque, en ese día, me encontré con Jesús. Me sentí igual que esos dos hombres que iban a Emaús; mis ojos se abrieron y estuve muy consciente de la presencia de Jesús, ahí a mi lado. Sin embargo. Aunque respondí a El que lo amaba y vi cómo me sanó, había una parte de mi vida que yo temía aún que entregar al Señor. Yo tenía mucho temor de las curaciones milagrosas, porque no sabía en realidad de qué se trataba. Pero eso me dije en mi interior: "No le vayas a comunicar a nadie esta curación, sino sólo a mi congregación; porque. Si la gente sabe que he sido sanada, van a empezar a asociarme con una curación" (En la región de Irlanda de donde vengo, hay mucha superstición y muchas curaciones supersticiosas y yo no quería desprestigiarme). 

 Volví de ese retiro y desde ese día hasta hoy, nunca he tenido ningún dolor más. El médico me suprimió todo tratamiento y empecé a trabajar con jóvenes y a hacer todo tipo de cosas para el Señor; sin embargo jamás di testimonio a nadie acerca de mi curación física. Muchas veces me decía: "Esto no tiene que ver con nadie. Sino sólo conmigo". Pero ahora miro hacia atrás y me doy cuenta de que invité a Cristo a entrar en mi vida. Pero bajo mis condiciones. Era como si yo invitara a una persona a mi casa y le dijera: "Puedes entrar en todas las partes que quieras", pero guardaba para mí un cuarto con un letrero: "Reservado, no entrar". Creo que eso es lo que el Señor nos estaba diciendo esta mañana: "Ustedes, si me aman; pero todavía hay unas áreas en sus vidas de las cuales Yo no tengo el control". Tenemos que abrir cada parte de nuestra vida; Jesús debe ser el Señor de todo nuestro ser. Para mí. Esto fue muy difícil. 

 CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES 

Sor Briege McKenna tiene un amor incondicional por Jesús sacramentado. Ella misma experimentó la sanación ante el Santísimo expuesto y ese momento cambió radicalmente su vida. Pocos años después recibe la llamada a interceder por los sacerdotes y se dedica a ello con pasión. Desde el año 1985 ha recorrido junto al P. Kevin Scallon CM más de un millón de kilómetros, llevando a todos los rincones del mundo su amor por la Eucaristía y por el sacerdocio. Miles de sacerdotes se han visto bendecidos por estos Retiros del Padre Kevin y de Sor Briege. El objetivo de estos retiros es la renovación espiritual de los participantes por medio del arrepentimiento, la sanación y la oración. 

Reproducimos a continuación un texto del blog ¡Está vivo! del Padre Fabián: 

“¿Tenemos en la actualidad alguna Santa Clara? Estoy seguro que sí en la persona de la hermana Briege McKenna. 

En 1970, Jesús le habló desde el Santísimo Sacramento. No fue una voz interior, sino una voz que se oyó claramente. El Señor quería que ella ayudara a sus sacerdotes. Desde entonces la hermana Briege les ha dado cientos y cientos de retiros. A lo mejor querrás leer su libro “Miracles Do Happen” (Los milagros si ocurren). 

La hermana Briege ha conmovido el corazón de miles de sacerdotes, afirmándolos en su ministerio. No hay un solo obispo en el mundo que no sepa de la gran labor que ella ha hecho por la Iglesia. 

Cuando la hermana Briege llegó a Manila, comentó que las dos cosas que el diablo odiaba más, eran el sacerdocio y la Sagrada Eucaristía. Todos los días, así como Santa Clara, la hermana Briege pasa muchas horas rezando frente al Santísimo Sacramento. 

De todos los retiros que la hermana Briege ha dirigido en distintos lugares del mundo, hay uno que ella nunca lo llegó a dar y que es mi cuento favorito. Se había programado un retiro para los obispos de Nigeria. Pero estalló una guerra civil y la hermana Briege no pudo viajar hacia allá. 

Como el padre Martín estaba en la diócesis predicando sobre la adoración, el obispo Ganaka le pidió que reemplazara a la hermana y dirigiera el retiro. Entre los obispos asistentes estaba el obispo Albert Obinafuna de Awka, quien invitó al padre Martín a su diócesis. Allí el padre conoció a un joven camarero llamado Fabián Eke. 

Fabián representa la primera vocación de África para los misioneros del Santísimo Sacramento. Acaba de terminar sus estudios de teología y se ordenará el próximo año. Luego Fabián hará lo que Santa Clara y los compañeros de San Francisco hicieron. Mendigará por amor a Dios. Pero no pedirá pan para comer sino el amor de las personas por “el Pan Vivo que bajó del cielo”. Volverá y difundirá la adoración perpetua por toda África. 

Tú deberías hacer lo mismo, querido Tomás. Rogarle a la gente que ame a Jesús en el Santísimo Sacramento. 

 Debes tener adoración en tu parroquia. El amor se humilla. Cuanto uno más ama, más dispuesto está a humillarse y a mendigar el amor por otro. 

Si Santa Clara se hubiera avergonzado de mendigar nunca habría existido la Comunidad de Hermanas Clarisas. No hubiera habido una hermana Briege que al ir por el mundo entero mendigando amor, conmueve los corazones de los sacerdotes y los acerca al Santísimo Sacramento”.

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